Con mucha ilusión hemos acogido la llamada del Papa Francisco a escuchar «la voz de los sin voz». Agradecidos participamos a pesar de las restricciones COVID que se ven, lógicamente, incrementadas en el interior del Penal.
Hermana Montse – Pastoral Penitenciaria
Desde mi rincón y solo en mi nombre, comparto la siguiente experiencia: Siendo de misa diaria, me alejé de la iglesia por dos razones: La menos importante fue la falta de ayuda en un momento de gran necesidad como la que nunca había estado jamás en mi vida y la fundamental: Por los abusos sexuales de la Iglesia Católica a los menores. No quería que me equivocaran con esos monstruos ni con los que habían consentido tal ignominia, aprovechando su posición de poder y confianza que otros habían conseguido a lo largo de la historia con su esfuerzo, amor a Dios y grandes sufrimientos corporales, sicológicos y morales. En una ocasión, consultando la página web del Vaticano, dije: Jesús mío, mira como te tratan, ¡Con lo que hiciste por nosotros!. Entonces, sentí a la vez y dentro de mí que yo también le había abandonado. La respuesta fue una parada y un brinco físico porque comprendí sin palabras. Me confesé y volví a misa porque yo no voy a misa a ver al cura de turno, sino a visitar a Jesucristo, a comulgar para tenerle dentro de mi y para irme perfeccionando en la vida que Él quiere para mí y para todos nosotros. Por supuesto, el respeto al clero, como el mismo clero, imprescindibles para la Iglesia católica, siempre estuvo y estará. Esa comprensión instantánea, sin palabras, pero sabiendo lo que decía, no la olvidaré nunca y me reconforta en los momentos bajos porque me consuela y porque sé que Dios existe. Fue un acto de amor y comprensión, aunque yo pegara un gran brinco, no hubo miedo, consiguió que esta cabeza dura comprendiera.
Ahí queda mi testimonio por si a alguien le viene bien. Nunca se sabe cuando se nos acerca pero si sabemos mirar y reflexionar, La Virgen, Jesús y nuestro Ángel de la Guarda están a nuestro lado siempre, a veces incluso sin pedírselo.
Convencida de tal experiencia hay que animarse y seguir adelante. El Evangelio de este domingo ya nos lo dice: «Yo tampoco te condeno, anda, vete, y en adelante, no peques más». Demos gracias a Dios por su gran misericordia.